En la noche electoral del 14 de febrero en Catalunya se produjo algo insólito, preocupante y muy significativo: los altos cargos de ERC y de JxCat no felicitaron al ganador de las elecciones, que fue el PSC. Es más, Oriol Junqueras afirmó que el ganador había sido su propio partido, ERC: “Por esto es tan importante que ERC gane hoy estas elecciones”, mintió (o alucinó), en su comparecencia.
Se pueden seguir las comparecencias de la noche electoral aquí:
https://www.ccma.cat/tv3/alacarta/programa/e21-les-reaccions/video/6084449/
Ignorar al vencedor de unas elecciones es una muestra de mala educación, pero también de falta de talante democrático y de respeto a las urnas. De entre todas las opciones disponibles, la del PSC fue la más elegida por lo votantes. Despreciar al ganador es excluir a las más de 650.000 personas que votaron su candidatura. En la misma comparecencia, Junqueras afirmó que quienes no votaron a ERC deben saber que encontrarán en ellos un partido dispuesto a escuchar, pero la realidad indica todo lo contrario. Si los votantes no independentistas no existen, va a resultar difícil que los escuchen.
Siguiendo con las declaraciones de Oriol Junqueras, el día siguiente a la celebración de las elecciones dijo que ERC y PSC son lo partidos “más antagónicos” del Parlament. No hace falta ser un experto en silogismos para concluir que, por lo tanto, Oriol Junqueras se siente más próximo a Vox que al PSC. Puede resultar sorprendente, pero no debería extrañarnos, puesto que ambos juegan con las mismas reglas: las del nacionalismo radical. Su planteamiento es el mismo: o estás conmigo o estás contra mí, o formas parte de una nación o de la otra. Lo demás es secundario. Ambas formaciones son antagónicas al diálogo y no entre sí. Sus propuestas maximalistas y excluyentes así lo indican. Sin confrontación pierden su razón de ser, con diálogo todo su entramado se viene abajo.
De ahí que ERC haya estado formando parte de un gobierno presidido por un trumpista a la catalana: Quim Torra, un hombre no elegido por los ciudadanos para ser presidente de la Generalitat (era el undécimo por la lista de Barcelona), que alentó la insurgencia de los CDR y la toma del Aeropuerto del Prat, que contravino las reglas de la imparcialidad política de las instituciones y que utilizó su mandato para el enfrentamiento y no para la actividad legislativa, que fue casi nula. Todo lo cual casa poco con lo que se espera del presidente de un gobierno democrático.
Pero Torra es independentista, y con eso bastaba para que ERC, un partido que se reclama de izquierdas, diera su apoyo al gobierno inoperante de un partido claramente de derechas, heredero de la Convergència Democràtica de los recortes y la corrupción. Por cierto que, el método de CDC para deshacerse de su pasado, está siendo fielmente copiado por Pablo Casado en el PP. Los intereses siempre prevalecen sobre otras consideraciones.
El independentismo tiene miedo al diálogo, porque sus principios no lo resisten. Su base y única razón de existir es el enfrentamiento identitario. Pensar que Catalunya sería mejor si fuera independiente no admite cuestionamientos, sino fe. La misma que se necesita para creer en la vida eterna feliz y que justifica nuestros sacrificios en este mundo mientras otros nos explotan: hay que tener resignación cristiana, porque la Arcadia feliz nos espera. Pero las promesas de paraísos futuros nunca han beneficiado en vida a los pobres.
La coalición de izquierdas que podría darse en Catalunya diluiría este antagonismo nacionalista y dejaría sin argumentos a quienes solo viven de la queja. En la web de ERC está escrito que: “la República catalana ha de nacer con el propósito de convertirse en una sociedad cohesionada, garantizando los mismos derechos y oportunidades para toda la ciudadanía. Una República que redistribuya la riqueza para dar una vida digna a todas las personas y luche contra las desigualdades, ayudando a quienes más lo necesitan y erradicando la pobreza”. Estos principios, claramente de izquierdas, jamás se aplicarán en un gobierno de coalición con JxCAT, que representa los intereses de las clases dominantes catalanas, a las que fomentar la parálisis que provoca esta tensión sobre la independencia les permite mantener su estatus quo sin la menor resistencia.
Durante la Guerra Civil española, comunistas y anarquistas se enfrentaron por sus planteamientos. Los comunistas defendían la idea de que primero había que ganar la guerra para después hacer la revolución. Los anarquistas, por el contrario, defendían que, para ganar la guerra, primero había que hacer la revolución. El enfrentamiento entre ellos lo ganaron los comunistas (con la ayuda del gobierno de ERC en la Generalitat), pero después perdieron la guerra y Franco gobernó durante cuarenta años.
Salvando las distancias, el planteamiento que hace ERC de que primero hay que ser independientes para después repartir la riqueza, se me muy antoja parecido al de los comunistas de entonces y con un resultado similar: Catalunya no será independiente, al menos no en los próximos años, y mientras tanto no se redistribuirá la riqueza, porque siempre estaremos esperando a que llegue la independencia para tomar medidas políticas progresistas. Empecemos por redistribuir la riqueza, con un gobierno real de izquierdas, y veamos después cuánta gente querría ser independiente. Si Junqueras no mirara al cielo sino a la tierra y actuara en consecuencia, quizá se llevara una sorpresa.